El
sufrimiento del inocente
Imanol Lizarralde
Imanol Lizarralde
Entramos ya en los
entresijos de la conversación entre los hermanos Aliosha e Iván. Iván Karamazov
decide dejar la casa de su padre después de haber pasado tres meses en ella,
con la intención de no volver nunca más. Se había citado con su hermano Dimitri
para comer juntos en una taberna. Aliosha se entera de la noticia por boca de
Smerdiakov. Y va a la taberna donde se encuentra su hermano con la intención de
que el encuentro parezca casual. Dimitri no aparecerá. Pero entre los dos
hermanos se va a dar un diálogo, que se convertirá en monólogo de Iván. Este
explicará sus convicciones más firmes de forma extensa. Como buen intelectual
moderno, está instalado en la autosuficiencia de su incansable reflexión y
menosprecia al novicio Aliosha por su inocencia e ingenuidad. La postura
ideológica de Iván es una de las primeras manifestaciones del nihilismo
moderno. Su parábola del Gran Inquisidor se alza como una de las principales
requisitorias contra el cristianismo, junto con las soflamas de Nietzche.
Aunque hay una importante diferencia:
“El Inquisidor no confunde el mensaje de Cristo con el cáncer psicológico que el lleva, en contraste con Nietzche y con Freud. Por consiguiente, no acusa a Cristo de haber subestimado la naturaleza humana, sino de haberla sobrestimado, de no haber entendido que la imposible moralidad del amor necesariamente lleva a un mundo de masoquismo y humillación[1]”.
La distinción es importante, por que la
concepción del Gran Inquisidor expresa, mejor que la idea de Nietzche, la buena
conciencia del nihilismo. Nietzche, al fin y al cabo, admitía la necesidad de
sacrificios humanos. Para Iván, el Gran Inquisidor constituye el instrumento
que necesita para refutar a Cristo en su propio terreno, que es el de la plaza
pública y el del mayor bien para la humanidad. En la parábola, El Gran
Inquisidor pretende ejecutar de nuevo a Cristo. El anuncio del Reino de Dios,
nos quiere decir, es un acicate para que el mal se siga cebando sobre el
inocente y el débil. Comienza su argumentación:
“En el siglo dieciocho hubo un viejo pecador que
afirmaba: si no hubiera Dios, habría que inventarlo, s’il n’existait pas Dieu
il faudrait l’inventer. Y, en efecto, el hombre ha inventado a Dios. Lo
extraño, lo sorprendente no es que Dios exista en verdad; lo asombroso es que
semejante idea (la idea de que Dios es necesario) haya podido meterse en la
cabeza de un animal tan fiero y maligno como es el hombre; hasta tal punto es
sacrosanta, hasta tal punto es enternecedora, hasta tal punto es sabia y hasta
tal punto hace honor al hombre[2]”.
Vemos que Iván más o menos conviene con la
idea de Feuerbach de que Dios es proyección de los mismos hombres, aunque a
continuación reponga que “hace tiempo que
he decidido no pensar en si es el hombre quien ha creado a Dios, o Dios al
hombre[3]”. Expone una larga
argumentación que presupone la aceptación de la idea del Dios cristiano:
“Creo
en el orden, en el sentido de la vida; creo en la armonía eterna, en la que al
parecer vamos a fundirnos todos; creo en el Verbo, hacia el que tiende el
universo, en el Verbo que “está en Dios” y que es Dios mismo, etcétera (…)
estoy convencido de que, por último, en el fin del mundo, en el momento de la
armonía eterna, se dará y aparecerá algo tan valioso que bastará a todos los
corazones para calmar todas las indignaciones, para redimir todos los crímenes
de los hombres, toda la sangre vertida; será suficiente no sólo para que
resulte posible perdonar, sino, además, justificar todo lo que ha sucedido a
los hombres[4]”.
Mientras Iván avanza en su discurso va
soltando también rastros de su verdadero pensamiento: “sin embargo, figúrate que en su resultado final no admito este mundo de
Dios, y aunque sé que existe, no lo aceptó de ningún modo. Entiéndeme bien, no
es a Dios a quien rechazo, sino al mundo, al mundo creado por Él”. Iván
admite que su no aceptación de lo creado es un acto de rebeldía a Dios, por odio
a la imperfección del mundo. Más adelante nos explica la razón de su rebeldía.
No sin antes prefigurar a Jean Paul Sartre en uno de sus asertos más famosos: “tengo que hacerte una confesión, nunca he
podido comprender como es posible amar al prójimo. Es precisamente a nuestro
prójimo a quien es imposible amar[5]”. Resuena aquí el
primer eco de las palabras del pensador existencialista, “el infierno son los
otros”. Mas que de una afirmación filosófica podemos hablar de un rasgo del
carácter de Iván y de su clase de intelectuales, para los cuales la noción de
la hermandad humana había devenido en algo abstracto (“quizá podamos amar sólo a quienes están distantes”, dice también)
pero el ser humano en lo concreto resulta para ellos un ente insoportable. ¿A
dónde quiere llegar a parar?
Nos cuenta la anécdota del hijo pequeño de
un siervo que, sin quererlo, deja cojo al perro de un hacendado de una pedrada.
El hacendado hace correr al niño delante de sus galgos hasta que estos lo
despedazan en la presencia de su madre. Por ello concluye la primera parte de
su argumentación:
“Lo
repito por centésima vez; los problemas son múltiples, pero he tomado sólo el
de los niños por que en éste se refleja con nítida claridad lo que quiero
expresar. Escucha: si todos hemos de sufrir para comprar con nuestro
sufrimiento la eterna armonía, ¿qué tienen que ver con ello los niños? ¿Puedes
explicármelo, por ventura? (…) ¿Por qué han de servir de material para
estercolar la futura armonía, sabe Dios para quién? Comprendo la solidaridad de
los hombres en el pecado, también la comprendo en el castigo, pero no se puede
hacer solidarios a los niños en el pecado, y si la verdad esta en que ellos
son, en efecto, solidarios con sus padres en todas las atrocidades por éstos
cometidas, tal verdad no es, desde luego, de nuestro mundo, y a mí me resulta
incomprensible[6]”.
Y nos expresa su rebeldía: “verás Aliosha, es muy posible que en
realidad, cuando yo mismo vea ese momento, seapor que viva hasta entonces o por
que resucite, exclame junto con los demás al ver a la madre abrazando al
asesino de su hijo: “¡Tienes razón Señor!”, pero no quiero hacerlo[7]”. De esta forma
concluye:
¿Dónde
está la armonía? ¿Hay en todo el mundo un ser que pueda y tenga derecho a
perdonar? No quiero la armonía, no la quiero por amor a la humanidad. Prefiero
quedarme con los sufrimientos sin castigar. Mejor es que me quede con mi dolor
sin vengar y con mi indignación pendiente, aunque no tenga razón (…). Esto es
lo que hago. No es que no admita a Dios, Aliosha; me limito a devolverle
respetuosamente mi billete[8]”.
En este jugoso párrafo Iván hace dos
importantes afirmaciones. La primera, la idea de un propósito armónico que
conjugue las incidencias y los sufrimientos humanos es rechazada “por amor a la humanidad”. La
consecuencia, lo dice el mismo, es que quede su “dolor” “sin vengar”. Asume
esta idea “aunque no tenga razón” (otra vez la rebeldía), el mismo se da cuenta
de la contradicción entre rechazar la bondad divina y su propósito armónico y
plantear, contraponiéndola, la bondad, la compasión y el sufrimiento por el
dolor humano que realmente siente el joven Iván Karamazov. Aquí nos topamos con
una clave muy importante de la novela: la idea abstracta de una futura armonía
divina es más débil que el sentimiento concreto de un joven que se rebela
frente a injusticias que conoce de primera mano. Las ideas no tienen valor si
no están encarnadas. Las ideas se tienen que completar con la experiencia
presente, nos susurra el autor, el propio Dostoyevsky, que cumplirá este
designio de forma totalmente inesperada. Iván no dará a su hermano la oportunidad
de encarnar su postura, satisfecho como está por su reflexión y por su bondad
herida, que es la fuente de la que mana.
La
parábola del Gran Inquisidor
La clave de este capítulo ya está esbozaba
en la cita de Girard. Iván lo repite a lo largo de su discurso: “A mí modo de ver, el amor de Cristo por el
hombre es una especie de milagro imposible en la tierra. Cierto, Él era Dios.
Pero nosotros no lo somos[9]”. La parábola del
Gran Inquisidor es la constatación de ello por medio de un ejemplo imaginario
concreto. A la experiencia terrible del sufrimiento de los inocentes, Iván
quiere añadir un relato simbólico como expresión de su pensamiento. Nos
encontramos ante un texto largo y denso. Intentaré extraer del mismo lo que
considero que es más interesante para nuestro tema.
En el siglo XVI, en Sevilla, en la época de
los inquisidores, aparece Jesús por las calles. La gente lo reconoce. Cura a un
ciego, resucita a una niña. Las multitudes le siguen. El Gran Inquisidor de
Sevilla, un hombre de noventa años, se topa con Jesús y su compañía. Manda a la
guardia que lo arresten. Jesús es encerrado en un calabozo. Entonces el Gran
Inquisidor visita a Jesús en su celda y le habla. Según sus palabras, el hombre
es un ser demasiado vil y despreciable como para poder ser feliz con la
libertad trascendente que Jesús trajo a la tierra y trató de depositar en sus
manos. El hombre, en feliz expresión del Inquisidor, es, a la vez, un esclavo y
un rebelde. Bascula entre su voluntad de entregar su libertad a algún líder y
su rebeldía que es producto del orgullo de su ceguera. El Gran Inquisidor
señala la narración evangélica en la que Jesús rechaza en el desierto las tres
tentaciones que el demonio le ofrece. Afirma que el demonio está en la verdad
cuando ofrece pan, milagros y la autoridad del Cesar, que son, según el, los
medios por los que hay que dominar al hombre: el misterio, el milagro y la
autoridad[10]. Le dice el Inquisidor: “hoy estos hombres están más plenamente
convencidos que nunca de que son libres por completo, pese a que ellos mismos
nos han traído su libertad y la han depositado sumisamente a nuestros pies[11]”. Afirma que la
libertad y el pan del hombre son incompatibles (“oh, nunca, nunca podrán nutrirse sin nosotros[12]”); que la
necesidad de prodigios es inherente al alma humana y que Jesús la rechazó con
el rechazo de la segunda tentación (“esperabas
que, siguiéndote a ti, también el hombre conservara a Dios sin necesidad de
milagros[13]”)
y que la existencia de un poder universal sobre los hombres, la tercera oferta
del demonio, supone la garantía de la paz en la tierra (“de haber aceptado el mundo y el purpúreo manto del César, habrías
fundado el reino universal y habrías asegurado la paz en la tierra[14]”). Por tanto,
señala, “nosotros hemos rectificado tu
obra[15]”.
La extensa disertación del Gran Inquisidor
está salpicada por alusiones de los evangelios y sobre todo del libro del
Apocalipsis. Dostoyevsky nos muestra la figura del Gran Inquisidor como un
signo escatológico de los últimos tiempos. Tanto en lo que se refiere a la
lógica de la obra de Jesús en el mundo, y sus posibles adulteraciones humanas,
como en la figura del siniestro Inquisidor, vemos claramente la marca del mal
total que se disfraza del bien más sublime: “nosotros
no estamos contigo, estamos con él, ese es nuestro secreto[16]”, le dice el
Inquisidor a Jesús, “pero les diremos que
te obedecemos a ti y que dominamos en nombre tuyo. Los engañaremos otra vez,
pues a ti, desde luego, no te dejaremos acercar[17]”. Nos encontramos
ante lo que Paul Tillich define como “lo demoníaco”: “Lo demoníaco es lo Santo (o lo sagrado) precedido por un signo menos:
lo anti-divino sagrado[18]”. Iván Karamazov
es capaz aquí de construir un modelo conceptual y simbólico de refutación del
cristianismo, por que este modelo se basa en la hipótesis de que el
cristianismo, en el mundo en que vivimos, es algo que no puede ponerse en la
práctica, ya que el hombre abomina la libertad trascendente y, a la postre, busca
un amo al que vender esa libertad.
La descripción fáctico-profética
que hace el Inquisidor de los tumultuosos tiempos que vienen, nos ofrecen los
rasgos de este reino terreno que finge ser el Reino de Dios pero, en realidad,
es el Reino del Príncipe de este Mundo. Iván usa la figura de la Iglesia
Católica española de los tiempos de la Inquisición para ejemplificar su
parábola. Pero la descripción del nuevo Reino se ajusta más bien al esquema de
las tiranías totalitarias que asolaron al siglo XX y no a la pobre Iglesia
católica universal, tan zarandeada por la historia en los últimos siglos. Si
bien incide en un aspecto muy concreto de la Iglesia, que es el de la
casuística jesuítica y en el uso de la mentira como instrumentos de una nueva
era de opresión. Mucho cabría decir de la capacidad profética de Dostoyevsky,
que nos describe en estas páginas el fenómeno de los totalitarismos y de la
nueva y férrea tiranía que iba a caer sobre Rusia unas décadas más tarde. Debemos,
sin embargo, proseguir con la cuestión que nos atañe.
Las dos partes del razonamiento
de Iván son contradictorias y son complementarias: por un lado, la descripción
del mal humano en toda su bajeza contra las criaturas más inocentes, los niños.
Por otro lado, la creación de todo un mundo de valores basados en la
inexistencia de Dios y en el ocultamiento del verdadero rostro de Cristo. Pues,
el Gran Inquisidor, lo plantea Aliosha y lo confirma el propio Iván, “no cree en Dios, ese es su secreto[19]”. Combina Iván
Karamazov la máxima compasión y piedad respecto a la condición de los hombres
con el realismo más despiadado respecto a un poder político basado en el engaño
en nombre de la paz de las almas. La renuncia nihilista a proyectar el espíritu
humano por encima de los males del mundo (la renuncia a ver una posible armonía
en el designio divino del universo) va acompañada con una visión de las
pasiones humanas de la cual sólo puede derivarse la tiranía de una minoría
ilustrada, consciente de las debilidades humanas y del modo que hay que pulsar
la condición del hombre para que este viva con una apariencia de felicidad y
sentido:
“Quién sabe, quizás ese maldito viejo, que ama con tanta porfía y tan a
su modo la humanidad, existe también hoy bajo el aspecto de un grupo entero de
numerosos viejos únicos semejantes, como una unión secreta organizada desde
hace mucho tiempo para la conservación del misterio, para ocultarlo a los
desgraciados y débiles y hacerlos, así, felices[20]”.
En el mundo sin matriz y sin
orden simbólico del nihilismo es natural que la compasión se proyecte de forma
que una minoría supuestamente humanitaria se ponga por encima de la generalidad
de la condición humana, y con la excusa de la alienación y de la falta de
conciencia, busque un dominio benéfico sobre la sociedad. Los despotismos, de
izquierda y de derecha, han tenido esa perspectiva como guía, ya que prescinden
de la existencia de una garantía suprema a la que debemos confianza, como es
Dios o la constancia de unos valores compartidos. La falta de sentido del mundo
es su excusa para darle su sentido interesado. Nosotros remarcaremos, sin
embargo, el aspecto individual y particular de esta cuestión. Nos interesa el
aspecto psicológico, no tanto político y social, del nihilismo. ¿Cuál es la
conclusión que da Iván a este debate? ¿Cuáles son las consecuencias en su vida
y en la novela? Iván le dice a su hermano: “Bueno,
sea: “todo está permitido”, ya que la palabra ha sido pronunciada. No me
retracto[21]”.
El lenguaje performativo y la refutación del diablo
El nihilismo de Iván simultanea
la negación (tan nihilista) a la especulación sobre Dios (así se lo manda a
Aliosha, que nunca más hablen del tema) con la despreocupación por las
cuestiones humanas que le son más cercanas. Tiene odio por su padre y rechaza
las insinuaciones que le hace este a su partida, cuando Fiodor Pavlovich siente
premonitoriamente que es la última vez que se van a ver. Respecto a los
problemas de su hermano Dimitri no tiene empacho en pregonar: “¿soy el guardián de mi hermano Dimitri por
ventura[22]?”. Iván es
consciente de que su visión del mundo es soportable por qué el ama a la vida,
tiene veinticuatro años, es joven. Sabe que la positividad que le recorre por
las venas se agotará con el tiempo. Y el mismo dice que a los treintas años
“arrojaré la copa al suelo”. ¿No hemos conocido, acaso, nihilistas que se
gloriaban en su visión negra del mundo gracias a la vitalidad de su joven edad?
Recordemos la sentencia de Freud:
para la psicología lo que cuentan no son las acciones sino los pensamientos y
los deseos. Dentro de este campo, son reales pues constituyen la manifestación
superficial de una mente subconsciente, que posee un orden oculto que hay que
desentrañar. A la luz de los acontecimientos posteriores, debemos ver los dos
grandes discursos de Iván como manifestaciones superficiales de un pensamiento
oculto, que esos acontecimientos harán que se desvele.
Algunos filósofos establecen una
diferencia entre lo que ellos denominan el lenguaje performativo y el lenguaje
no performativo. El lenguaje performativo es aquel que implica, no una
proposición verdadera o falsa o la descripción de una realidad, sino una acción;
el “si quiero” de una boda, la sentencia de un tribunal, la fórmula del bautizo
de un barco, son ejemplos de este lenguaje. Es definido como un lenguaje
esencialmente político por parte del doctor en Ciencias Políticas argentino
Norberto Emmerich[23]. Pues
bien, en referencia al tema que nos ocupa, y siguiendo nuevamente a Freud,
podemos decir que para la mente subconsciente o, desde la perspectiva de un
cristiano, para “el alma”, todo lenguaje
es lenguaje performativo, es lenguaje que significa una acción y una
transformación del ser de aquel que lo emite. Es lo que la metafísica
venezolana Conny Mendez denomina “un
decreto”. Por ello plantea: “lo que
tu piensas se manifiesta. Los pensamientos son cosas[24]”. Sigue diciendo:
“lo que quiera que tú esperes
normalmente, en bien o en mal, esa es la condición que verás manifestarse en tu
vida y en todo lo que haces[25]”. Concluyendo: “como todo el día estamos pensando y
decretando, todo el día estamos orando, en forma negativa o en forma positiva,
y creando nuestras propias condiciones, estados y sucesos[26]”. Las realidades
del lenguaje y del pensamiento se manifiestan en nuestra vida en función de
patrones subconscientes que nosotros mismos nos vamos trabajando. ¿Cuál es el
producto de la forma de orar de Iván Karamazov? ¿El fruto de, si no hay Dios,
“todo está permitido”?
Resulta un factor paradójico que
Iván se aferre a la idea de razón cartesiana: “todas estas cuestiones escapan por completo a una mente creada para comprender sólo las
tres dimensiones[27]”.
Nuestro personaje no tiene en cuenta la dimensión oculta del lenguaje y del
pensamiento. Es un fallo de su propia concepción de la razón. Es el fallo nihilista
por excelencia: la ceguera a las nuevas dimensiones no euclidianas que la
ciencia cuántica abre para nosotros –y que la propia espiritualidad nos las ha
puesto ante nuestros ojos desde siempre. Mientras, el nihilista se aferra a un
modo de yo o identidad personal sin suelo ni tradición ni padre. Para usar los
términos de Marcuse, el nihilista es un “hombre unidimensional”. En este caso,
además, dicha unidimensionalidad es consecuencia del reduccionismo del
intelecto que Iván lleva a cabo en contra de sus propias sensaciones y
sentimientos, que son la compasión, las ganas de vivir y de ser feliz.
Tras el asesinato de su
padre, tendrá algunas entrevistas que le harán salir de su sueño nihilista. La
primera de ellas, con su hermano bastardo Smerdiakov. Durante el funeral de su
padre, este insinúa a Iván una complicidad entre los dos. En la segunda
entrevista, Smerdiakov le revela que el ha sido quien ha asesinado a su padre
por instigación del propio Iván. Y le dice a su perplejo medio hermano: “tiene de todos modos la culpa de todo, pues
usted estaba al corriente de lo que preparaba, me encargó matar y sabiéndolo se
marchó. Por eso quiero demostrar esta noche cara a cara que el principal
asesino es, en todo, usted, y no yo, a pesar de haber sido yo quien mató. ¡El
auténtico asesino es usted, usted![28]”. Y al comprobar
su asombro le echa en cara sus propias palabras: “Entonces era usted mucho más valiente, “todo está permitido”, decía;
pero ahora, ¡vaya como se ha asustado![29]”.
En la conversación con Smerdiakov,
Iván dice que va a contárselo todo al tribunal, que se acusará a sí mismo y a
Smerdiakov y luego se marcha. Llega a su casa en estado febril, se tumba en la
cama con una toalla mojada encima de la cabeza, y en medio de ese delirio se le
aparece el diablo, un diablo, vestido como caballero de buena vida un poco
venido a menos. El diablo juega con él, con su creencia y con su increencia en
lo que está viendo con sus ojos en medio del delirio. “Te conduzco entre la fe y la incredulidad alternativamente y también
en esto persigo yo mi objetivo. Es un método nuevo: cuando te hayas convencido
por completo de que no existo, en seguida empezarás a asegurar ante mis propios
ojos que no soy un sueño, que existo en realidad, te conozco muy bien; entonces
si habré conseguido mi objetivo[30]”. Del mismo modo
que el manipulaba la buena fe de su inocente hermano Aliosha, el diablo juega
con Iván, que frente a él, no es más que otro inocente, pero un inocente que,
con su lenguaje y su pensamiento, le ha convocado. Se da cuenta de que aunque
ese diablo sea proyección de su mente[31], es
aquello que su mente le devuelve. Ha germinado y florecido como la visión
beatífica germina y florece en el alma de un bendito, aunque su mística sea
negativa, en el sentido de que se encuentra no con el amigo sino con el
enemigo.
Todo el capítulo es una especie
de contrapunto en el que se repiten los temas que Iván cuenta a su hermano en
el apartado Pro y Contra, donde la ironía de Iván se vuelve contra él mismo. El
diablo también es cartesiano (“tu y yo
tenemos la misma filosofía, esto será justo. Je pense, donc je suis, esto lo sé
yo a ciencia cierta[32]”). “A ti –dice el buen diablo- que te vengan con cosas de la inteligencia;
en cambio yo, te repito una vez más, de buena gana daría toda mi vida sideral,
todos mis títulos y dignidades a cambio de poder encarnar en el alma de una
mercader de diez arrobas y poner velitas a Dios[33]”. ¿No es
auténticamente irónico que el diablo haga semejante desdeño a la inteligencia a
un intelectual y reivindique la frase de Cristo: “en verdad si no os convertís como niños no entraréis en el reino de
los cielos”? Es un tributo a la capacidad del pensamiento de Dostoyevsky,
que su diablo hable como Nietzche, aunque no lo conozca:
“A mi modo de ver, no hay que destruir nada, lo único que hace falta es
acabar en la humanidad con la idea de Dios, ¡es por ahí por donde hay que poner
las manos a la obra! Es por ahí, por ahí, por donde hace falta empezar, ¡oh,
ciegos, que nada comprenden! Cuando la humanidad rechace a Dios (yo creo que
ese periodo llegará de modo paralelo a como llegan los periodos geológicos),
sin necesidad de antropofagia se derrumbará por sí misma toda la antigua
ideología y, sobre todo, toda la antigua moral, todo se renovará. Los seres
humanos se reunirán para exprimir de la vida cuánto ésta pueda dar, pero sólo
para alcanzar la felicidad y la alegría en este mundo. El hombre se encumbrará
con un espíritu divino, con un orgullo titánico y aparecerá el hombre-dios.
Venciendo a cada hora y ya sin límites a la naturaleza, el hombre, gracias a su
voluntad y a la ciencia, experimentará a cada hora un placer tan excelso que le
sustituirá todas las anteriores esperanzas en los placeres celestes. Cada uno
sabrá que es mortal en cuerpo y alma, sin resurrección, y aceptará la muerte
orgullosa y tranquilamente, como un dios. Comprenderá por orgullo que no tiene
por qué murmurar de que la vida sea sólo un instante y amará a su prójimo sin
necesidad de recompensa alguna. El amor satisfará sólo el instante de la vida,
pero la simple conciencia de su brevedad hará más poderoso su fuego, en tanta
medida cuanto anteriormente se dispersa en las esperanzas del amor de
ultratumba y sin fin…[34]”.
La ironía de esta magnífica
visión del hombre sin Dios y convertido en dios es que el diablo se lo dice a
Iván cuando este se ha enterado de que su padre ha sido asesinado por haberlo
abandonado y por culpa de una frase y de la aplicación de su filosofía de vida.
Cuando el diablo desaparezca Iván tendrá que enfrentarse con otra realidad
desagradable de la que seguramente también es responsable: Aliosha le comunica
que Smerdiakov se ha suicidado. No podrá declarar en el tribunal con la
convicción de poder liberar al inocente Dimitri, además de haber instigado una
muerte más, pues Smerdiakov, aunque no se nos diga, se suicida al ver que su
“dios” (y padre elegido) no está con él. Todo esto le pasa a un intelectual al
que, como le recuerda el diablo, la mente le atormenta: “Las vacilaciones, la inquietud, la lucha entre la fe y la incredulidad
a veces constituyen una tortura tan grande para una persona de conciencia, como
eres tú, que vale más ahorcarse[35]”. Iván se había
dado unos cuantos años antes de arrojar al suelo la copa de la vida. Pero la
vida le arrebata esa copa y se la estrella, sin esperar un momento más, desde
que se aleja de la casa de su padre.
Conclusión: honrar al padre
Como decíamos antes, para el alma
o la mente subconsciente, todo lenguaje es performativo, es acción. Nos da
igual que las partículas subatómicas de nuestra conciencia sean como las
descritas por Epicuro, nubes que se levantan y mueren, o como lo plantea
Eckhart Tolle, reflejos o chispas de una conciencia universal que habita en
cada uno de nosotros. La comunicación humana hace que nuestras conciencias individuales
tengan un contacto inevitable con “el otro”. Estemos ligados a el por el mar
del inconsciente colectivo o por la inmediatez de un intercambio humano, la
realidad es que nuestros pensamientos y nuestro lenguaje, nuestra forma de ver
las cosas, influye en la realidad y en las otras personas. Iván Karamazov
despierta de su sueño de solipsismo nihilista cuando la tragedia de su familia
alcanza proporciones espantosas: su padre asesinado, su medio hermano
suicidado, su otro hermano juzgado por un crimen que no ha cometido. El mismo
cae en una especie de estupor o locura cuando en el juicio trata de explicar,
de forma torpe, lo que realmente ha sucedido.
Hablemos, pensemos o actuemos,
parece implicar Dostoyevsky, estamos formándonos y formando la realidad que nos rodea.
Nuestras palabras no se dicen en el vacío o de un modo no significativo, sino
que están pronunciadas en el contexto de una batalla cósmica, de una lucha
entre la luz y las tinieblas, en la que todos somos beligerantes y las armas de
esa contienda son nuestros pensamientos y sentimientos. El Starets Zosima no se
pierde en explicaciones acerca de la naturaleza del mundo: recomienda amar,
negarse a juzgar, abrazar a la tierra. Nuestros pensamientos, como dice Conny
Mendez recordando a San Pablo, son oración, son la forma que tenemos de orar al
dios que ha elegido nuestro corazón. Iván se da cuenta demasiado tarde que el
dios que ha escogido su forma de pensamiento es el mismo diablo. Le dijo
Smerdiakov: “Fue usted quien me lo
enseñó, la verdad, pues entonces me decía muchas veces: “Si Dios el infinito no
existe, tampoco existe ninguna virtud, ni falta que hace”. Fue usted, en
verdad. Y así razoné yo[36]”. ¿Quién podría
echar en cara al pobre Smerdiakov que pusiera en la práctica las palabras y
pensamientos de Iván? ¿O qué el propio Iván fuera víctima de sus propias
palabras y pensamientos, pues al negar a Dios afirmaba a su diablo e instigaba
un asesinato?
La problemática del sufrimiento
de los niños inocentes adquiere así una nueva luz: cuando negamos la armonía
divina (como hace Iván) por la propia conciencia de nuestra bondad y nos
rebelamos ante esa idea, estamos ya favoreciendo a uno de los bandos en liza, a
aquel que castiga y destruye a los inocentes. El Cristo que se aparece al Gran
Inquisidor en el relato de Iván no está deformado: besa en la boca al anciano
verdugo como respuesta a su perorata, del mismo modo que besa Aliosha a su
hermano al despedirlo tras la entrevista. El amor y la bondad incondicional no
poseen, quizá, el apoyo de los sesudos maestros de la sabiduría humana. Pero
recordemos que el fatigado caballero que es el diablo en esta novela, cambiaría
todos los sermones y discursos por encarnarse en un alma sencilla. El problema
del nihilismo es el de un exceso de intelectualidad que ahoga la función
legítima de lo intelectual: mantener viva en el espíritu del hombre la llama de
la inquietud y de la búsqueda existencial. Un exceso ciega su conexión con la
vida. Ya que esta se renueva por la contemplación ingenua del milagro de la
creación, de las criaturas y del Padre bondadoso que les insufló el espíritu.
Es, seguramente, Iván, el
personaje más trágico de esta tragedia. Lo peor que tiene que oír no lo recibe
por parte del diablo sino del despreciable Smerdiakov, que desde su sabiduría
llana le dice esta verdad: “Usted es como
Fiodor Pavlovich; de todos los hijos es usted el que más se le parece, tiene la
misma alma que su padre[37]”. Ivan no sólo
odiaba a su padre sino que tenía que sobrellevar la carga de estar hecho a su
imagen y semejanza como una especie de maldición añadida. El gran desorden que
corroe los personajes de esta novela, siempre con la excepción del Aliosha, es
el no honrar al padre, no darle nada de lo que se merece por parte de un hijo.
Las desdichas de ellos, de Iván, de Dimitri y de Smerdiakov, nacen de la rebeldía
frente al padre, aunque también lo buscan de una forma convulsa y este les
rechaza. El rechazo del padre es la sabiduría del padre, que se avergüenza de
lo que es y por eso aleja a sus hijos, para que no le vean en el desesperado
frenesí de sus últimos años. Pero el padre, sea cual sea su condición, debe de
ser honrado por el hijo, pues es el dador de su vida y es parte del hijo, la
parte más importante, aquella que marcará la línea de su vida.
Cuando Iván pretende aclarar
frente al tribunal la autoría del asesinato, piensa en voz alta y muestra (a
nosotros los lectores) que son verdaderas las palabras de Smerdiakov. Pues dice
Iván en el juicio:
“-Fue él quien mató a mi padre antes de que se ahorcara. Fue él quien
mató a mi padre, no mi hermano. Fue él quien lo mató, y yo le enseñé a matar…
¿Quién no desea la muerte de su padre?
-¿Está usted en su juicio? –soltó el presidente, a pesar suyo.
-Esa es la cuestión, que estoy en mí juicio… y en un vil juicio,
exactamente igual que usted y que todos esos… ¡carotas! –de pronto se volvió
hacia el público- Han matado al padre y hacen como si estuvieran asustados
–rechinó con maligno desdén-. Unos con otros fingen. ¡Embusteros! Todos desean
la muerte del padre. Una alimaña se come a otra alimaña[38]”.
No decía la verdad Iván pues no
todos desean la muerte del padre. Mejor podría haber dicho ¿qué nihilista no
desea la muerte de su padre? ¿No es acaso coherente con la negación nihilista
la autonegación que supone el asesinato del padre? Esa negación le lleva a Iván
a la locura y a enfrentarse con su nuevo tutor, el diablo. Aquel que le quiere
acompañar en su camino por la negación y por la nada.
[1] GIRARD RENÉ, Rene Girard on Dostoevsky’s Legend of the Grand Inquisitor, 7-4-2010, payingattentiontothesky.com/.../rene-girard-on-d,,,
[2] DOSTOYEVSKY, p. 380.
[3] Ibidem, p. 381.
[4] Ibidem, p. 382.
[5] Ibidem, p. 383.
[6] Ibidem, p. 396.
[7] Ibidem, p. 397.
[8] Ibidem, p. 398.
[9] Ibidem, p. 384.
[10] “Juzga, pues, tu mismo, quién tenía razón: ¿Tú, o aquel que entonces te
interrogó?” (Ibidem, p. 409).
[11] Ibidem, p. 407.
[12] Ibidem, p. 410.
[13] Ibidem, p. 414.
[14] Ibidem, p. 418.
[15] Ibidem, p. 416.
[16] Ibidem, p. 417.
[17] Ibidem, p. 411.
[18] TILLICH PAUL, Filosofía de la religión, Ediciones
Megalópolis, 1973, Buenos Aires, p. 74.
[19] DOSTOYEVSKY, p. 424.
[20] Ibidem, p. 425.
[21] Ibidem, p. 427.
[22] Ibidem, p. 376.
[23] EMMERICH NORBERTO, Del lenguaje performativo a la
performatividad del lenguaje político, www.scribd.com › Books - Non-fiction
› Politics.
[24] MENDEZ CONNY, Metafísica, Vol 1, Arkano Books, 2001,
Madrid, p. 9.
[25] Ibidem, p. 10.
[26] Ibidem, p. 19.
[27] DOSTOYEVSKY, p. 381-2.
[28] Ibidem, p. 993.
[29] Ibidem, p. 989,
[30] Ibidem, p. 1022.
[31] Iván le dice: “No, tú no existes por ti mismo ni eres yo,
¡eres yo y nada más! ¡Eres una basura, eres mi fantasía!” (Ibidem, p.
1017). El buen caballero le responde diciendo que no es coherente mantener una
conversación con un espectro en el que no cree.
[32] Ibidem, p. 1017-8.
[33] Ibidem, p. 1017.
[34] Ibidem, p. 1028.
[35] Ibidem, p. 1022.
[36] Ibidem, p. 1001.
[37] Ibidem, p. 1001.
[38] Ibidem, p. 1086.
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